viernes, 16 de junio de 2017

ERASE UNA VEZ CATALUÑA

Recientemente, en marzo de 2017, el actual presidente de la Generalitat de Cataluña, Carles Puigdemont, en la ponencia que ofrecía en Harvard para explicar el proceso secesionista catalán, parafraseó el emotivo discurso que el genial violinista catalán Pau Casals, pronunció en 1971 en la sede de las Naciones Unidas, cuando esta le condecoraba con la Medalla de la Paz:

«Dejadme que os diga una cosa... Yo soy catalán. Cataluña es hoy una región de España, pero ¿qué fue Cataluña? Cataluña ha sido la nación más grande del mundo. Yo os contaré el por qué. Cataluña tuvo el primer Parlamento, mucho antes que Inglaterra. Y fue en Cataluña donde hubo un principio de las primeras “Naciones Unidas”: en el siglo XI todas las autoridades de Cataluña se reunieron en Toluges —una ciudad que hoy pertenece a Francia pero que antes era de Cataluña— para hablar de paz. Sí, en el siglo XI... Paz en el mundo, porque Cataluña ya estaba contra la guerra, contra aquello que las guerras tienen de inhumano. Sí, en el siglo XI. Esto era Cataluña ...»

Desde luego el mensaje era conmovedor para exaltar los ánimos patrióticos de cualquier catalán, pero en ese discurso no existía una sola verdad más que Cataluña, tanto hoy como entonces, como mucho antes, es una región de España.

Las cortes parlamentarias más antiguas de Europa fueron las Cortes de León , cuando el rey leonés Alfonso IX convocó por vez primera al pueblo llano a participar en las decisiones de la curia regia en 1188, hecho reconocido desde 2013 por la Unesco, nombrando a León «cuna del parlamentarismo». El actual alcalde de León, Antonio Silván, se encargó de recordar este hecho a Puigdemont, invitándole a la ciudad para que lo comprobase él mismo.

Es cierto que las cortes catalanas tienen su origen en aquellas asambleas de Pau i Treva (Paz y Tregua) que desde 1021 se reunían para deliberar y pactar la interrupción de guerras o actos de violencia. Pero ese tipo de reuniones eran comunes en toda Europa, inmersa en las revoluciones feudales de la época, y se organizaban por la iglesia precisamente para paralizar las actividades de inmensa violencia y terror provocadas por la nobleza, en un intento de garantizar sus bienes. Por lo tanto, aquellos territorios no eran nada pacíficos, ni mucho menos esas reuniones en territorio catalán implicaron un principio de la ONU. Los historiadores sitúan el nacimiento de las Cortes Catalanas en la asamblea convocada por el legado pontificio en Lleida, en 1214.

Y para terminar de apuntalar la falta de rigor histórico del discurso, Cataluña por aquel entonces siquiera
existía. La mayor parte de la actual Cataluña estaba en manos de los árabes, y la zona catalana dentro de la Marca Hispánica estaba compuesta por un número de condados dentro del imperio Carolingio que a partir del s. X, con la decadencia del imperio, se irían independizando paulatinamente del poder central, inmersos en guerras civiles entre ellos. Será el conde Ramón Berenguer I a finales de s. XI, quien transfiera en herencia los condados de Barcelona, Gerona y Osona unificados, pero esa unión no duraría mucho tiempo. Ramón Berenguer III consolidará en el s. XII esa unión de condados, apareciendo entonces la referencia documental más antigua a Cataluña, en el documento pisano Liber maiolichinus (1117), en el que se llamaba al conde Dux Catalanensis y catalanicus heros. Su sucesor, Ramón Berenguer IV, ya unió el Condado al Reino de Aragón.

Esto da una idea del problema que actualmente existe en Cataluña. Sencillamente la mayor parte de la población catalana, secesionista o no, vive inmersa en una realidad inventada, en un bello cuento sobre Cataluña. Un cuento que no tiene más de siglo y medio de historia, pero que, como Casals, hoy la mayoría de catalanes tienen asumido.  

Que decir que el viejo maestro Casals creía sin fisuras el relato que contaba, como probablemente el resto de ese bello cuento sobre Cataluña. Como muchos catalanes cultivados de su época (Casals nació en el 1876), estaba influenciado por aquel nacionalismo romántico germano de mediados de s. XIX, basado en mitos, leyendas y en la raza, que acabaría calando ya entrado el s. XX en todas las sociedades europeas, siendo este el precursor de los fascismos que aparecieron después.  

Casals no era un fascista, era un hombre de una bondad extraordinaria, y un comprometido defensor de la paz, la democracia y la libertad. Tampoco era racista, ni siquiera nacionalista. Era un catalanista convencido, amante de su tierra y su cultura, pero sin negar su españolidad, entendiendo Cataluña como lo que era, una región de España. Pero él, como la mayoría de catalanes cultivados de su época, había interiorizado las proclamas y la historia difundidas por ese nacionalismo romántico abrazado por la burguesía industrial catalana, que se erigía orgullosa como el pivote industrializador de una España que entonces languidecía en el arcaísmo de Castilla.

Al maestro Casals le tocó vivir unos tiempos complicados, no solo para España, sino para toda Europa y para el mundo entero. El cambio de siglo estuvo dominado por toda suerte de revoluciones, movimientos obreros, imperialismo y guerras que se extenderían hasta mitad del s. XX, y que mostraron la cara más atroz y cruel del ser humano.

En ese nacionalismo romántico de la época se forjarían en el último tercio del s. XIX algunos Estados-Nación que hoy conforman nuestra vieja Europa, como Alemania, Austria, Italia… y bajo una concepción racista y supremacista del mundo se alienaba a las sociedades en torno a los intereses de una nueva oligarquía industrial europea sobre la que ahora se sustentaba la nación.

El poder industrial se convirtió en una cuestión patriótica. Aquel nacionalismo serviría de excusa para colonizar toda África, en una carrera imperialista en la que participaron todas las potencias industriales de la época, tratando de abastecer de materias primas a su industria. Aquellas élites industriales sacarían de sus fábricas a miles de trabajadores empobrecidos para sacrificarlos en las guerras coloniales, perpetrando a la vez una verdadera masacre en poblaciones africanas.

Cuando a principios de s. XX ya no quedaba nada de África por colonizar, inevitablemente aquellas potencias industriales se lanzaron a la guerra entre ellas. La Primera Guerra Mundial asesinaría a casi 10 millones de combatientes provenientes de las clases trabajadoras, y una cantidad similar de civiles. La guerra solo terminaría cuando aquellos trabajadores se rebelaron contra sus élites, produciendo la revolución bolchevique en 1917 en Rusia, y otra de la misma índole en Alemania.

La España de Casals se libró en gran medida de tan fatales contingencias. España había iniciado en el primer tercio de siglo el proceso revolucionario que la convertiría en un Estado-Nación bajo las corrientes liberales francesas, precursor de las que ocurrirían después en toda Europa, introduciendo al país en distintos procesos constitucionales a lo largo de todo el siglo XIX. Las riquezas del comercio con América la desmotivaron para iniciar el proceso industrializador que se consolidaba en el norte de Europa desde principios de siglo, y la pérdida de las posesiones en America a partir de la segunda mitad, junto con las guerras coloniales, carlistas y con Marruecos, la habían sumido en un periodo de completa decadencia.
Solo País Vasco y Cataluña habían logrado consolidar un proceso industrializador, que aún sin capacidad de competir contra las potencias europeas, sí les permitía abastecer un mercado interno que habían logrado cerrar a la competencia exterior. En el último tercio de s. XIX Cataluña ya se había convertido en la fábrica de España, extendiendo su tejido industrial más allá del tradicional sector algodonero, incluyendo al textil lanero, la alimentación, el papel, y un largo etcétera de manufacturas que copaban todo el mercado español. Y la burguesía catalana, por vez primera en muchos siglos, podía tutear al poder de Castilla, destrozada ahora por las guerras y sin mano de obra joven sacrificada en ellas.

Mientras el presidente Cánovas del Castillo aquejaba con sarcasmo que «son españoles los que no pueden ser otra cosa»,  cuando trataban de definir la nacionalidad española en el último proceso constituyente del siglo, en 1876, el nacionalismo romántico de la época inmiscuía a las élites catalanas y vascas en una nueva construcción nacional de sus regiones.


Atrás quedaba el complejo de inferioridad de unas élites catalanas castellanizadas “ante un castellano imperial, considerado como lengua elegante y refinada por antonomasia", como explicaba el filólogo valenciano Antoni Ferrando, para embarcarse desde mediados del s. XIX en la recuperación de sus tradiciones, cultura y lengua, en un movimiento al que llamaron la Renaixenca. Y es a partir de entonces, en esa España decadente, cuando se comienza a fabricar toda la simbología del nacionalismo catalán que hoy conocemos: El baile de la Sardana, la canción dels Segadors, los castells, la construcción de la estatua al supuesto mártir Casanova en 1888 y su anual ofrenda de flores en conmemoración por la pérdida de sus instituciones y libertades tras la Guerra de Sucesión.

Fue a mediados del s. XIX cuando se escribió ese bello cuento sobre una idílica nación milenaria llamada Cataluña, que perdió su libertad tras ser conquistada por España.  Un cuento que escondía por ejemplo las reivindicaciones que hacía aquel representante de los marinos catalanes cuando escribía a la reina regente Mariana de Austria en 1674, advirtiendo que «no ha sido ni es de quitar a los cathalanes al ser tenidos por españoles, como lo son, y no por naciones” (Recogido por Pierre Vilar, El fet Català, 1983).


El cuento quiso cambiar toda la historia de Cataluña. A un Rafael Casanova que murió de viejo en su Cataluña natal, y que había luchado en la Guerra de Sucesión para “derramar gloriosamente su sangre por su rey, su honor, por la patria y por la libertad de toda España”, se le convirtió en mártir de las libertades catalanas. Se ocultó que la supuesta perdida de libertades, tras la implantación de los decretos de Nueva Planta, se reducía a la Real Audiencia, que antes y después dependía del rey, y si antes se escribía en latín, ininteligible para cualquier catalán de a pie, se obligó desde entonces a ser escrita en castellano. Los catalanes siguieron fiscalmente privilegiados y la apertura del puerto de Barcelona al mercado americano provocó que Cataluña viviese un esplendor económico que no experimentaba en siglos.  Aquellos políticos catalanes que tras un siglo de la implantación de la Nueva Planta arriesgaban sus vidas sorteando a las tropas francesas que ocupaban España, participando en Cádiz de un hito de la historia española, la firma de su primera constitución de 1812 ,“la Pepa”, se habían esfumado del cuento.

Aquel cuento sobre Cataluña, como todos los que se escribieron en Europa de la misma índole, fue creado por una oligarquía industrial cultivada que con mitos y leyendas ratificaban la supremacía de su raza, justificando con ello la codicia con que expoliaban el mundo. En principio solo se trato de una exacerbación identitaria de carácter meramente cultural, fruto del complejo de superioridad que ahora sentía la burguesía industrial catalana, observando a la Castilla que antes fue el motor del imperio, estancada en su ruralismo y retraso.  

Pero tal y como se fueron perdiendo las posesiones en America, ese nacionalismo cultural adquiría en el último tercio de s. XIX un carácter político, mucho más virulento y xenófobo, en respuesta a la frustración sentida por aquellas élites industriales al ver menguar sus riquezas, algo de lo que sistemáticamente culparon a Madrid, obviando la responsabilidad que ellos mismos tuvieron en el proceso.

Explicaba el historiador catalán Joan- Lluís Marfany, uno de los mejores conocedores del periodo, que “el racismo los impregna a todos, como impregna toda la cultura de la época”. Aparecían personajes como Valentí Almirall, uno de los ideólogos del catalanismo político, en lo catalanisme (1886), explicando que existe una raza catalana, “de origen ario-gótico, superior al resto de pueblos peninsulares, de raíces semíticas”. Joan Bardina, dedicó una larga serie de conferencias divulgativas donde se va conformando la imagen de una España «africana» agrícola, burocrática y semita, frente a una Cataluña «europea», industrial y aria. Enric Prat de la Riba, el arquitecto del catalanismo político, en el 1894 explicaba sin recelos que “había que saber que éramos catalanes y que no éramos más que catalanes... Esta obra no la hizo el amor... sino el odio.” En su ensayo La nacionalitat catalana, en 1906, explicaba que "(…) cada nación ha de tener un Estado, pero Cataluña tiene además una misión imperialista cuyo marco son los pueblos ibéricos desde Lisboa hasta el Ródano". Aparecía así el concepto de los Países Catalanes y el pancatalanismo.

La realidad es que hasta la entrada del nuevo siglo el nacionalismo catalán no llegaría a influir significativamente a la población catalana. En una época tan tardía como 1893, el escritor catalán Josep Pla escribía que “Los catalanistas eran muy pocos. Cuatro gatos”.

Pero el punto de inflexión fue la pérdida de las últimas colonias españolas de Cuba y Filipinas en 1898, eliminando el suministro de algodón a bajo precio para la industria textil catalana con el que tanto se había enriquecido.

Francesc Cambó, uno de los mejores escritores catalanes que han existido, lo explicó con precisión en sus Memorias, (1876-1936, Alianza Editorial):

"Diversos hechos ayudaron a la rápida difusión del catalanismo. La pérdida de las colonias, después de una sucesión de desastres, provocó un inmenso desprestigio del Estado. El rápido enriquecimiento de Cataluña, fomentado por el gran número de capitales que se repatriaban de las colonias perdidas, dio a los catalanes el orgullo de las riquezas improvisadas, cosa que les hizo propicios a la acción de nuestra propaganda dirigida a deprimir el Estado español y a exaltar las virtudes y merecimientos de la Cataluña pasada, presente y futura."

Pau Casals pertenecía a ese círculo de familias catalanas que habían vuelto de las Américas. Su madre de origen catalán y nacida en Puerto Rico, se asentaría más tarde en Cataluña, donde formó la familia que dio a luz al maestro. Aunque Casals desarrolló una actividad importante dentro del catalanismo político, estando afiliado a la Lliga regionalista catalana fundada por Prat de la Riba, el partido conservador y monárquico por excelencia en Cataluña, no adoptaría el discurso xenófobo y de odio que el fundador y muchos catalanistas de la época propugnaban. Casals sería becado en Madrid, donde convivió con la familia real, y se codeó con las élites burocráticas, de hecho fue declarado hijo adoptivo de la ciudad, y guardaba un gran afecto por la monarquía española, llevando siempre engarzado al arco de su violoncelo un anillo que la reina María Cristina le regaló. Siempre percibió España y el castellano como algo propio sin contradecir por ello su identidad catalana.

Fue un arduo defensor de los derechos y libertades humanas, sintiendo verdadera empatía por las clases obreras con las que siempre se solidarizo. Fundó y patrocinó orquestas para los obreros y labradores, y en 1905 fundó en Barcelona el "Comité Catalán contra la Guerra", viendo como las clases trabajadoras eran sacrificadas en las guerras. Pero su sensatez y apuesta por la democracia le reprimirían de ofrecer ninguna clase de apoyo a las revoluciones bolcheviques, negándose a tocar en Rusia hasta que instaurase un verdadero régimen democrático.

Casals pudo observar como a lo largo de los años 20, tras los movimientos migratorios desde Murcia y Almería hacia los cinturones industriales de Barcelona, muchos de aquellos obreros empobrecidos con los que se codeaba adoptaban en Cataluña el mismo discurso xenófobo que propugnaba el nacionalismo catalán de los burgueses. Pere Mártir Rosell i Vilar, representante del ala radical de ERC, publicó en 1917 el folleto Diferéncies entre catalans i castellans, donde se exponía que la mezcla entre ambos conduce a la "degeneración biológica". Aymá i Baudina distinguía «entre los obreros auténticos que pasan hambre en silencio» y «los vagos forasteros que hablan siempre en castellano». Se podrían citar decenas de escritores catalanistas de izquierda que propagaron ideas igual de despectivas, hasta llenar el aire de las urbes catalanas de rencor y prejuicios contra los trabajadores andaluces y castellanos.

La revolución bolchevique en Rusia estimularía la aparición de movimientos obreros anarquistas y marxistas
en toda Europa. En España en particular, durante el primer tercio de siglo XX, se produciría toda una oleada de huelgas revolucionarias, violencia y pistolerismo, los llamados años de plomo, que la hizo ingobernable. Las iglesias se incendiaban y burgueses eran asesinados indiscriminadamente. En Cataluña parte de la izquierda proletaria comenzó a adoptar un marcado carácter separatista,  lo que todo en su conjunto acabó siendo una verdadera amenaza para los intereses industriales de la oligarquía catalana.

Esto llevaría a la Lliga Regionalista Catalana, representante de los intereses de la burguesía, y a la que Casals estaba afiliado,  ya bajo el liderato de Cambó, a apoyar en 1923 el levantamiento militar en Barcelona del general Miguel Primo de Rivera, instaurando una dictadura en España que duraría siete años.

Para sorpresa de la Lliga, la dictadura reprimiría tanto los movimientos obreros como cualquier otra expresión popular ajena a su concepto de patria única, iniciando una política marcadamente catalanófoba. Primo de Rivera prohibió izar cualquier bandera distinta a la nacional, así como el uso del catalán en actos oficiales. Eliminó la Mancomunidad de Cataluña, manifestaciones culturales de carácter popular se prohibieron o limitaron, como el baile de la sardana, y se persiguió a las entidades culturales relacionadas con la cultura catalana popular, como el Centre Catalá, el Ateneu Enciclopèdic Popular, bibliotecas populares, y se boicotearon los Jocs Florals , que hubieron de celebrarse en Francia. Incluso el FC Barcelona o el Orfeón Catalán, entre otras muchas entidades, vieron limitadas sus actividades. De la represión no se libró ni la iglesia catalana. Decenas de sacerdotes fueron encarcelados acusados de separatismo. El mismo rey Alfonso XIII simpatizaría en público con los catalanes por la represión que estaban sufriendo.  

La reacción del catalanismo fue justo la contraria a la que la dictadura pretendía. Una vez la actividad política fue reprimida, los intelectuales catalanes se volcaron en la divulgación del catalanismo a través de la promoción de la lengua y de la cultura, en actividades consideradas como alta cultura no censuradas por el régimen. Aumentaron las editoriales y las publicaciones en catalán y se pusieron en marcha un buen numero de iniciativas culturales como el Ateneo de Barcelona con Pompeu Fabra como presidente, y la Associació Obrera de Concerts, fundada por Pau Casals. Al final, el impacto de la dictadura en la cultura catalana sería positivo, a pesar suyo, llevando a la sociedad catalana a adoptar una verdadera conciencia de su identidad y de la necesidad de protegerla contra un Estado que les era hostil. Los intelectuales catalanes interiorizaron la consigna del Catalunya endins! ('Cataluña hacia dentro'), que sintetizaba esa idea de promover la cultura catalana de forma íntima, durante los años de dictadura, para después catapultarla. 

La represión política se produjo en toda España, y muchos representantes políticos españoles e intelectuales de la talla de Unamuno o Blasco Ibáñez, vivieron la dictadura en el exilio o el destierro. Pero en Cataluña, como apuntaba la historiadora Genoveva García Queipo de Llano, "Primo de Rivera ofendió no sólo a grupos políticos sino a la totalidad de la sociedad catalana", y todo el pueblo catalán asumiría como mínimo la opción autonomista.

Casals se haría republicano por su distanciamiento con Alfonso XIII durante los años de dictadura, y en 1931 se mostraría públicamente satisfecho por la proclamación de la Segunda República participando en sus actos conmemorativos.


En las elecciones municipales catalanas del 31, la recién fundada Esquerra Republicana de Catalunya (ERC) 
obtenía un arrollador triunfo obteniendo los mismos escaños que el partido conservador de la Lliga Regionalista y los partidos centristas catalanes juntos. ERC se presentó como un partido republicano catalán de izquierdas, no como un partido secesionista, pero este ideal era defendido por algunos miembros en sus filas, entre ellos uno de sus fundadores, Francesc Macià, quien tras la proclamación de la República proclamaría la República Catalana dentro de una federación de pueblos ibéricos. El escaso apoyo que recibió le hizo declarar la Generalidad de Cataluña, aprobando un nuevo estatuto de autonomía en 1932. Pero estos hechos demostraron que, aunque el secesionismo no gozaba de un apoyo considerable en Cataluña, ya se había convertido en un elemento desestabilizador para la recién nacida II República Española.

La entrada de los conservadores católicos de la CEDA en el gobierno republicano en 1934 provocaría las revoluciones del 6 de octubre: una huelga general en toda España, la revolución de Asturias y la proclamación por parte del diputado de Esquerra Republicana (ERC) y presidente de la Generalitat, Lluís Companys, del Estado Catalán dentro de la República Federal Española, un golpe de estado en toda regla perpetrado desde la misma Generalitat contra el gobierno republicano. Todos los levantamientos fueron reprimidos con la intervención del ejército, con el resultado de miles de muertos y encarcelamientos, provocando una conciencia de unidad entre todos los partidos de izquierda españoles contra un enemigo común, la derecha política, a la que de alguna forma ligaron con el fascismo.


La sociedad española se había polarizado ideológicamente. Era patente que la Republica cada vez sufría mayores dificultadas para contener la violencia provocada por una amalgama de movimientos marxistas, socialistas y anarquistas que pretendían una revolución obrera a imagen de Rusia, frente a otros de carácter fascista que imitaban las formas del nazismo alemán o el fascismo italiano.

En Cataluña, a la desestabilidad provocada por los sindicatos obreros españoles de UGT y CNT, particularmente activos en los cinturones industriales catalanes, se unía la actividad del separatismo de izquierdas. La Generalitat ya solo aspiraba a encauzar los levantamientos del proletariado para evitar una verdadera revolución bolchevique en Cataluña, mientras milicias paramilitares socialistas, anarquistas y de Esquerra Republicana desfilaban por Barcelona de la misma forma que lo hacían las milicias de la Falange Barcelonesa.

El mismo José Antonio Primo de Rivera, fundador de Falange Española, se dio cuenta de lo que la dictadura de su padre había provocado en Cataluña:

“En Cataluña hay ya un separatismo rencoroso de muy difícil remedio, y creo que, ha sido, en parte, culpable de este separatismo el no haber sabido entender pronto lo que era Cataluña verdaderamente.
Cataluña es un pueblo impregnado de un sentimiento poético, (…). Esto no se ha entendido a tiempo; a Cataluña no se la supo tratar, y teniendo en cuenta que es así, por eso se ha envenenado el problema, del cual sólo espero una salida si una nueva poesía española sabe suscitar en el alma de Cataluña el interés por una empresa total, de la que desvió a Cataluña un movimiento, también poético, separatista”.
“Los Vascos y España”, J.A. Primo de Ribera, 28.2.1934

Pero ya no habría tiempo para poesías en Cataluña, ni en España, ni como se vería más tarde, tampoco en el mundo.

Las elecciones generales de 1936 daban una escueta victoria al recién formado por Manuel Azaña, Frente Popular,  una coalición electoral de las fuerzas de izquierda que unía a republicanos y socialistas. Milicianos de la falange iniciaban un número de asesinatos respondidos de la misma forma por milicias de izquierda, generando una escalada de violencia que serviría de excusa a los militares para iniciar el levantamiento. El 17 de julio de 1936 comenzaba la Guerra Civil Española.

En una emisión radiofónica al principio de la Guerra, el general sublevado Queipo de Llano daba cuenta de la poesía que pretendían para Cataluña: "Transformaremos Madrid en un vergel, Bilbao en una gran fábrica y Barcelona en un inmenso solar".  En marzo de 1938 se producían sobre Barcelona los bombardeos más intensos y terribles de toda la Guerra Civil, ordenados directamente por Mussolini.

Casals se declararía antifascista desde el inicio de la guerra, librándose de la represión que se producía en toda Cataluña por las milicias antifascistas creadas por decreto por la Generalitat de Companys. No solo se ejecutarían falangistas y representantes políticos de los partidos conservadores nacionales, sino también burgueses, clérigos y simpatizantes de la Lliga Catalana, antigua Lliga regionalista, a los que acusaban de colaboradores con los sublevados. El balance final de la represión sería de más de 8.000 víctimas asesinadas en la Cataluña republicana. 

Una vez las tropas de Franco ocuparon Barcelona Casals se exilió a París. La guerra terminaba tras tres años de conflicto bélico, con un balance de más de medio millón de victimas humanas.

La represión franquista que vino después fue tan brutal como la guerra. Tribunales franquistas encarcelaban y fusilaban en toda España a simpatizantes de izquierda de toda índole y de todos aquellos vinculados a la República. El mayor número de ejecuciones se produjo en aquellos territorios donde la población no pudo huir. En Andalucía se fusilaron a más de 47.000 personas, el 4% de la población masculina,  y porcentajes similares se produjeron en Extremadura y Castilla la Vieja. En total, y a lo largo de toda la dictadura, se ejecutaron a más 150.000 personas, un verdadero genocidio.

Gracias a la cercanía con la frontera francesa la mayoría de republicanos catalanes pudieron huir, "tan solo" 4.200 personas fueron fusiladas. Pero el especial carácter de la Cataluña Republicana provocó que la represión del régimen se ensañase con ella. El mismo Franco advirtió que los soldados que habían tenido el honor de desfilar en Barcelona tras su caída no fue "porque hubieran luchado mejor, sino porque eran los que sentían más odio. Es decir, más odio hacia Cataluña y los catalanes." En 1940 el total de hombres y mujeres encarcelados (presos políticos) en Cataluña era de 27.779 personas, el 0,95% del total de la población catalana, evidenciando el alcance masivo de la represión sobre su población, aún meses después del fin de la contienda.

La tragedia de la Guerra Civil española no fue mas que un mero campo de pruebas de lo que acontecería en el mundo tal y como esta terminaba. La II Guerra Mundial comenzaría en 1939 para terminar seis años más tarde, involucrando a todas las potencias del momento, con un balance de más de 60 millones de víctimas, y el mayor genocidio humano que nunca había conocido la historia.

Casals de nuevo se vería obligado a huir del fascismo ante la ocupación de Francia por el ejercito nazi, abandonando París para trasladarse a vivir a San Juan de Puerto Rico, de donde provenía su familia materna.

En España, el régimen franquista prohibiría todos los partidos políticos (salvo Falange Española), anulando por completo las libertades democráticas. Específicamente Cataluña vería suprimidos su Estatuto de Autonomía y las instituciones de él derivadas, y se derogó la oficialidad de la lengua catalana, eliminando su uso en todo lo relativo a la administración pública, en los medios de comunicación, en la escuela, en la universidad, en la señalización pública y en general en toda manifestación pública.

Hasta 1946 la censura no permitió publicaciones en catalán, y la única expresión de literatura catalana se limitó a alguna obra clandestina. Tras la victoria de los aliados en 1945, el cambio de relaciones en política exterior obligó al régimen a rebajar la represión ejercida, autorizando el teatro en catalán y la edición de libros en lengua catalana.

Pero mientras Casals condenaba públicamente el fascismo, viéndose obligado a vivir en el exilio lejos de su tierra, muchas figuras catalanas, entre ellos antiguos compañeros de la Lliga Regionalista como Josep Pla, comulgaron con el régimen franquista. Personajes como Salvador Dalí o Juan Antonio Samaranch, son un ejemplo. El FC Barcelona tampoco se escapó, y fueron muchos los presidentes que comulgaron con el régimen, entre ellos Narcís de Carreras, también militante de la Lliga Catalana.

Pau Casals se mostraría siempre consecuente con sus ideales pacíficos, y su defensa de las libertades y de la democracia. Tras comprobar la connivencia de los países del bando aliado con el régimen franquista se negó a tocar en todos ellos, sacrificando aquello que más amaba, la música. No volvería a tocar el violoncelo en público durante años.

Tampoco dejó nunca su activismo en defensa de la cultura catalana. Aún en el exilio, en 1950 impulsó y presidió la celebración de los primeros Juegos Florales de la lengua catalana, realizados en Francia. Sería invitado a presidir la Generalitat de Cataluña en el exilio, honor que rechazó por, según él, no sentirse digno de tan honorable cargo, y por pensar que serviría mejor a Cataluña luchando por la paz.

A pesar de la violencia que gobernó en los tiempos del maestro, en el corazón de Casals nunca hubo sitio para el odio. No se dejó nunca influenciar por la xenofobia y los prejuicios del nacionalismo de su época. Tampoco su empatía por los obreros le llevaron a simpatizar con las revoluciones proletarias, que condenó como regímenes que oprimían la libertad de los pueblos. Ni por supuesto sus convicciones católicas y conservadurismo le llevarían a apoyar dictaduras que se erigían como baluarte de las mismas.  

Aun habiendo padecido la represión de dos dictaduras, y aun viéndose obligado a vivir en el exilio, lejos de su amada Cataluña, ayudando a cientos de exiliados españoles que como él, fueron perseguidos por sus convicciones políticas, Casals nunca generó un sentimiento de odio o revancha contra España, como así les ocurrió a tantos exiliados catalanes con los que el maestro convivió.

En una entrevista concedida al diario ABC en los últimos años de su vida, el maestro explicaba:

"Soy catalanista pero jamás he sido separatista". "La reina María Cristina fue para mi como una segunda madre. Tocaba el piano con ella y jugaba con Alfonso XIII". (…) "En plena República, cuando me hicieron hijo adoptivo de Madrid, elogié a la reina y me ovacionó todo el mundo".

Pau Casals aseguró que no volvería a España mientras Franco la gobernase. Desafortunadamente el maestro nunca más volvería a ella, a pisar la Cataluña que tanto amaba. El 22 de octubre de 1973 moría en San Juan de Puerto Rico. Franco moriría dos años más tarde.

Cuando escuchamos al actual presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont, parafrasear el discurso que Casals ofreció en la ONU, uno se pregunta que pensaría el maestro del actual momento que se vive en Cataluña.

Pau Casals fue un hombre extraordinario. Un catalanista convencido, cuya defensa del catalán y de Cataluña pocos catalanes, si es que hay alguno, pueden alardear de haberlo internacionalizado como él lo hizo. Una actividad que no cejó hasta su muerte. Fue arduo defensor de las libertades humanas, de la democracia como sistema político que las garantiza, y sobre todo, y por encima de todo, un defensor de la paz. Como mencionó en su discurso, Cataluña era la nación más grande del mundo porque “ya estaba contra la guerra, contra aquello que las guerras tienen de inhumano”.

Supongo que la mayoría de secesionistas encontrarán al maestro como un indiscutible aliado de su causa, pues Casals era un demócrata, y no parece ser otro valor que este, el que aquellos defienden. Pero particularmente yo dudo que Casals hoy día sintiese ninguna atracción por la causa independentista, y no sencillamente porque él no se declarase como tal, sino por la forma en que se esta haciendo.

La España que hoy se encontraría Casals tiene muchos defectos, entre ellos la amalgama de prejuicios y rencores que aún se dan entre sus pueblos, lo que desde luego necesita de una buena dosis de educación en la España autonómica que aún desconocemos. Pero estoy convencido del agrado que sentiría el maestro al encontrar por fin un estado democrático en el que los españoles viven en paz. Un estado que disfruta de un desarrollado modelo autonómico que sirve de ejemplo para otros países, y que desde que comenzó la Transición, ha convertido a España en uno de los países más descentralizados de la OCDE. Un país que disfruta de una política lingüística que permite verdaderas anomalías en el seno de la UE,  como que la enseñanza se instruya íntegramente en la lengua vernácula de cada comunidad autónoma, o la exigencia del conocimiento de esta para acceder a los puestos de funcionariado público de cada comunidad, lo que la declaró en la Carta de 2005 de la Comisión de Expertos de la CE, país precursor en Europa del amparo y fomento de las lenguas regionales.

España ha adelgazado el gobierno central hasta apenas implicar el 20% de todo el gasto público, mientras la mitad de este gasto es gestionado por las administraciones territoriales (34% por las CC. AA. y el 12% por las
autoridades locales). Todas las CCAA tienen las competencias en sanidad y educación completamente transferidas, junto con un porcentaje importante del gasto en Infraestructuras, varios impuestos, transporte, y un largo etcétera que en Cataluña culmina con la transferencia completa de la competencia en seguridad ciudadana, desapareciendo allí la policía nacional y encontrando en su lugar a los mossos de esquadra con los que Casals convivió durante la República.

Es cierto que sigue existiendo corrupción política y politización de la justicia, como la que Casals conoció en la España de su época. También importantes tasas de paro ahora en tiempos de crisis, aunque nada que ver con la pobreza en los barracones de obreros que Casals conoció. Pero aunque si bien es cierto que las precarias condiciones laborales hoy harían huir a muchos españoles de España, también lo es que pocos de los inmigrantes de todo el mundo que un día vinieron se hayan querido marchar.

Pienso que en esta España Casals no entendería el problema de la Cataluña de hoy. Una España en la que ya nadie castellaniza su nombre, Pau, que significa Paz, como al le gustaba decir, pero que en cambio catalaniza los nombres castellanos de los catalanes. Una Cataluña que no parece estar por la libertad, la democracia y la paz que el maestro defendía, sino que ha adoptado los discursos xenófobos y populistas que han dado a Trump la presidencia de EEUU, de los que defendieron el Brexit en Reino Unido, o de la ultraderecha de Geert Wilders en Holanda o Marine Lepen en Francia.

Cataluña no puede estar por la libertad cuando se quiere obligar a todos los españoles, catalanes incluidos, a que una generación de estos últimos unilateralmente decidan arrebatar parte de una tierra que por ley pertenece a todos. Una ley, la constitución del 78, que votaron todos, precisamente con el mayor porcentaje de apoyos en Cataluña, saltándose además otra ley que también votaron todos los catalanes, el Estatut del 2006. Sin debate, sin argumentos, solo el hecho de querer votar apropiarse de lo que a ellos no les pertenece. Esto no es libertad, es el mismo autoritarismo que en los tiempos de Casals asesinó a millones de humanos y que a él le llevó al exilio.

Cataluña no puede estar por la democracia, aunque los políticos que ahora asumen su mando repitan una y otra vez que es eso lo que quieren. En Cataluña no han dejado de votar democráticamente por la secesión desde 2012 en que comenzó el proceso. Primero con unas elecciones autonómicas, luego en la consulta del 9N, y finalmente en unas plebiscitarias en 2015. Y siempre con el mismo argumento de una votación definitiva por la secesión que siempre perdieron. Y aún así, ahora quieren obligar al presidente del Estado a que les legitime votar llevarse una parte de la nación, cuando siquiera él tiene autoridad para ello, mientras ellos esa autoridad se la niegan a quienes realmente la tienen por derecho, todos los españoles. Esto no es democracia, sino fascismo como el que Casals detestó durante toda su existencia.

Cataluña no esta contra aquello que las guerras tienen de inhumano, contra la codicia, la xenofobia, la soberbia, la injusticia…


Es codicia cuando acusan a sus compatriotas de ladrones, diciendo que les roban, para no compartir impuestos, mientras sus élites de gobierno mantienen un aparato de robo sistemático del 3% de todo lo que en Cataluña se construye. Es codicia haber malgastado hasta hacer de Cataluña la comunidad autónoma más deficitaria de España y seguir malgastando ahora en un proceso político contra España mientras se la exige financiarlo. Y es codicia el imperialismo de sus partidos, cuando Joan Tardá, diputado de ERC en el parlamento, explicaba en 2014 que «cuando logremos que se proclame la república de Cataluña seguiremos viniendo al Parlamento español porque hay dos territorios, el País Valencià y Baleares, que forman parte de los Países Catalanes, … », y todavía “quedarían por independizarse”.

Es xenofobia que el político que gobernara la Generalitat de Cataluña durante 23 años consecutivos en democracia, Jordi Pujol, publicara que “el hombre andaluz no es un hombre coherente, es un hombre anárquico. Es un hombre destruido [...], es generalmente un hombre poco hecho”, y su mujer, Marta Ferrusola, recordara que su hijo se quejaba diciendo que «hoy no puedo jugar, madre, todos los niños son castellanos...». Y que bajo la premisa del mismo Jordi Pujol, cuando declaraba en 1979 que "hay que cambiar no ya cuarenta años, sino quinientos años de la Historia de España”,  se haya adoctrinado a niños en el odio a sus vecinos, inventándose la historia y la geografía de los libros, e impidiendo ser educados en un mínimo de castellano, que paradójicamente es allí la lengua más hablada, y lengua materna de más de la mitad de ellos. Una xenofobia que en Cataluña produce imágenes que recuerdan a los regímenes fascistas del pasado, encontrando carreteras comarcales flanqueadas por banderas esteladas en media Cataluña. 

Es soberbia aseverar la pertenencia de una supuesta Cataluña independiente a la Unión Europea, cuando ninguno de sus miembros te apoya, o enaltecer las futuras riquezas de la ruptura cuando tu propio órgano consultivo, el CATN, estima que el coste de una secesión no pactada será de 4.500 millones de euros al mes en los primeros años. Es soberbia usar a académicos de ámbito internacional afines a la causa, cuando su opinión proviene de flemas de rencor del pasado, como demostraba el economista Xavier Sala i Martin recordando en un twitt a su padre el día de la votación del 9N: “Finalment no he pogut viatjar a Catalunya però he votat a Nova York. I he votat per tu, pare!” Xavier Sala-i-Martin  @XSalaimartin

Y es injusticia acusar a España de ser un país retrogrado y autoritario por no permitir un referéndum de secesión en uno de sus territorios, en un momento crítico de su historia, cuando no existe constitución en el mundo que contemple este derecho, y menos aún de forma unilateral. Solo la constitución de Canadá y Reino Unido, que no la tiene, son los únicos estados del mundo que no incluyen la indivisibilidad de su territorio nacional en la constitución. EEUU, Alemania, Italia, Francia… son ejemplos de países que han rechazado demandas de referéndums de este tipo propuestas por algunos de sus territorios.

Todo esto es estar contra la paz, contra todo aquello que Pau Casals creía que Cataluña representaba.

A día de hoy, cuanto menos, Casals se sentiría engañado. Engañado por el cuento falaz que el nacionalismo catalán le inculcó sobre la Cataluña del s. XI, y engañado por el cuento falaz que sobre Cataluña se inculca hoy en el s. XXI.









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